Ayer por la tarde compré un par de
novelas y un pequeño librito de ensayo. Un
rato después, por la calle, me encuentro a un conocido, nos saludamos y, al ver
mis tres libros en la mano, me dice. “¿Estás estudiando o qué?” La pregunta era con sorna porque si le digo
que sí, le hubiera parecido raro. Pero como mi respuesta fue: “no, son para el
viaje, me voy unos días a casa de un amigo”, me miró con sorpresa y me dijo
“¿pero no te vas de vacaciones?”
Esa era la cuestión. No podía
concebir algo tan molesto como los libros en las vacaciones.
Hay lugares donde los libros son
signo de prestigio, símbolo de personas preocupadas e interesadas. No aquí,
donde estamos bajando los niveles de lectura alcanzados que no eran para echar
cohetes, donde no se compran libros, donde no se renuevan muchas bibliotecas y
donde leer es una cosa que hace mucho una parte de la población y nada, una
gran parte de la población.
Yo aún me puedo pagar algunos libros
al mes. Pero si no pudiera tendría el intercambio con otros lectores y, sobre
todo, las bibliotecas. Las bibliotecas públicas que, aún maltrechas, deben ser
uno de los últimos servicios públicos a los que se puede renunciar.
Los libros son pistas. Letra impresa
que provoca sensaciones, señales que te llevan de una a otra, de un sitio a
otro y que te hacen avanzar, avanzar y avanzar. Y así, hasta ningún fin
conocido por un camino largo de emociones y de aprendizaje.
*AudioBlog de Rivarés. Cadena SER-Aragón.
*AudioBlog de Rivarés. Cadena SER-Aragón.