
En Globalia, (Jean-Cristophe
Rufin. Anagrama, 2005 en español) se desmenuzan los resortes de la
oligárquica democracia neoliberal. La llaman así y no lo es. Aún no decíamos en
las calles Democracia real ya!, pero el concepto existía. En el mundo que narra la novela se ha impuesto una
uniformadora y teórica democracia universal donde reina el consumismo real o
aspirado. Todo explicado por el poder reinante con un metalenguaje que define su
régimen como ecologista, inventa un terrorismo que no existe, alienta un
enemigo, ha convertido la cirugía estética en un derecho absoluto porque reina
la imagen y la idiocia mental y han dividido el mundo en dos: aquí y las zonas
no seguras, nosotros y ellos. Y todo transmitido continuamente por las
pantallas obligatórias y omnipresentes y en un cacharríto llamado multifunción
(no sé si les suena). Por supuesto la libertad es una palabra sagrada, pero
solo es una palabra, y la reflexión y el viejo saber crítico se convertirán en
el camino para salir fuera y combatir. Porque siempre sí, se puede.
El régimen que refleja Globalia,
sobrepasado en algunos aspectos por la realidad en apenas ocho años, tiene similitudes con la
gran novela distópica por excelencia: 1984 firmada por George Orwell en 1949. Antes, Rebelión en la Granja nos descubrió el mismo
metalenguaje que también usara Goebbels y que tan bien le vino al nazismo y al
estalinismo y tan mal a la humanidad. Una práctica desvergonzada e insultante y
muy cotidiana hoy en los gobiernos y poderes amplificada luego mediáticamente: eslóganes
alienantes, manipulación del lenguaje, mentiras santificadas, verdades
prohibidas, medios dirigidos y aniquilación de la memoria rellenada, en el caso
de que alguien notara su ausencia, con hechos que nunca sucedieron así o, directamente,
que nunca sucedieron.
Orwell ya nos costó en sus historias que
lo importante no son las etiquetas, tan del gusto del metalenguaje y la manipulación
mediática, sino lo que se haga en su nombre y las consecuencias que eso traiga.
En ambos autores la tecnología, que
puede liberarte o atarte, juega un papel fundamental. Un papel sólo defenido
por la actitud individual de los usuarios de esta tecnología: los ciudadanos y
ciudadanas de modo particular y en red, y por el consentimiento que esta misma
ciudadanía que no ejerce como tal, otorga al poder del estado o al aún más
global y determinante que es el poder financiero. Este es el poder real que maneja al aparente poder elegido porque no hay un poder social o ciudadano que los contrarreste y que no ha asumido que los consumidores cambiamos ya más las cosas que los productores.
En un comentario del novelista
estadounidense Thomas Pynchon sobre 1984,
escrito en 2003, se refiere al juego de hacer listas sobre las cosas y
predicciones en las que Orwell acertó o se equivocó. Dice Pynchon: “las
predicciones específicas no son más que detalles al fín y al cabo. Lo que tal vez sea más
importante (…) es poder penetrar con más profundidad que la mayoría de nosotros
en el alma humana”. Esa es la clave. Esa y el aprendizaje. Pynchon continúa: “quien nos preocupa es (el personaje de) Julia que cree hasta el último minuto que es posible derrotar al régimen: Pueden obligarte a decir cualquier cosa pero
no a que lo creas, no se pueden meter en tu cabeza. Pobrecita, eso es justamente lo
que hacen. Y así vencen”. Otra vez metalenguaje y metapensamiento y
no-pensamiento.

Hay un modo optimista de ver el acierto o el equivoco de los futuros que planteaban estas y otras novelas sobre distopías, desde
luego. Es el positivismo a veces salvífico, otras estúpido, a menudo puro despiste. De él habla Eduard Punset en Viaje al Optimismo,
citando a un amigo suyo según el cual la violencia “está descendiendo
rápidamente en el mundo y aumentando las acciones de solidaridad, la empatía
entre humanos y las muestras de colaboración”. Somos aún víctimas, por lo
visto, de viejas percepciones que nos enseñó el pasado pero que ya no son
reales. El siglo XXI ha empezado en forma de desastre, pero el XX fue peor. El XX tuvo
los fascismos, las dos guerras llamadas mundiales, el nazismo, el estalinismo…
pero el XIX fue peor. En el XIX la humanidad vivía en sistemas políticos y
económicos post medievales, la democracia era una quimera (aún más que ahora),
la lucha de las mujeres, objeto de risa y represión… Esa es su teoría. Quizá
solo sea una cuestión de cantidad, de cuantos empujamos a un lado y cuantos a
otro (sabiéndolo o no).
Del
absurdo del poder que
consentimos ya habló Kafka. Es el modo en que hoy decimos orwelliano o kafkiano
(como decimos surrealista) sin tener a menudo ni idea de lo que significan estos
términos.